Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 14 de marzo de 2013
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 14 de marzo de 2013
Como comunicador de la ciencia –divulgador científico,
o quizá, más bien, “comentarista” de la ciencia (el término “analista”,
de moda en los medios informativos, me parece muy pretencioso para lo
que yo hago en estas columnas)–,
me dedico precisamente a comunicar, explicar, contextualizar, comentar
y, en último término, compartir los hechos del ámbito de la ciencia con
el público no científico.
Platicando con varios colegas, me he dado cuenta de que muchas veces hablamos de divulgar “la ciencia”, sin que en realidad aclaremos ni estemos de acuerdo en qué es eso que divulgamos.
Obviemos las definiciones de diccionario: después de todo, en términos amplios, “ciencia” sigue equivaliendo, la RAE dixit, simplemente, a “saber o erudición”. (A mí me gusta y resulta útil la definición que ofrece Ruy Pérez Tamayo: “actividad humana creativa cuyo objetivo es la comprensión de la naturaleza y cuyo producto es el conocimiento, obtenido por un método científico organizado en forma deductiva y que aspira a alcanzar consenso entre los expertos relevantes”. Aunque tampoco está tan claro si “ciencia” se refiere sólo al conocimiento, a la actividad que lo produce –como afirma Ruy–, o a la comunidad que lleva a cabo tal actividad, junto con la infraestructura que hace esto posible.)
Pero es imposible soslayar la espinosa cuestión de la diferencia entre ciencias “naturales” y “sociales”. Que si unas presumen de mayor rigor y “objetividad”; que si las otras padecen de una diversidad de paradigmas (o “marcos conceptuales”) que coexisten sin que quede claro cuál es más correcto… lo único que puede decirse con claridad es que tanto unas como otras son materia de estudio válida, y que, en todo caso, se trata de dos tipos de “ciencia” muy distintos entre sí.
Y que, en su gran mayoría, los divulgadores científicos nos referimos a las naturales cuando usamos, descuidadamente, el término “ciencia”. (Incluso, la cuestión de qué es y cuáles son los problemas específicos que enfrenta la divulgación de las ciencias sociales, comparada con la amplia reflexión que ha habido sobre la divulgación de las naturales, es algo que no se ha discutido suficiente.)
Dejando de lado esa cuestión, es vital distinguir cuándo estamos hablando de ciencia legítima y cuándo se trata de falsas “ciencias” que son en realidad supercherías o supersticiones que tratan de hacerse pasar por tales: seudociencias. Creacionismo “científico”, astrología, homeopatía, acupuntura, “ufología” (u ovniología) y demás engaños son ejemplos de temas que, con demasiada frecuencia, llegan a las páginas de ciencia de diarios, revistas y programas de radio y TV.
Platicando con varios colegas, me he dado cuenta de que muchas veces hablamos de divulgar “la ciencia”, sin que en realidad aclaremos ni estemos de acuerdo en qué es eso que divulgamos.
Obviemos las definiciones de diccionario: después de todo, en términos amplios, “ciencia” sigue equivaliendo, la RAE dixit, simplemente, a “saber o erudición”. (A mí me gusta y resulta útil la definición que ofrece Ruy Pérez Tamayo: “actividad humana creativa cuyo objetivo es la comprensión de la naturaleza y cuyo producto es el conocimiento, obtenido por un método científico organizado en forma deductiva y que aspira a alcanzar consenso entre los expertos relevantes”. Aunque tampoco está tan claro si “ciencia” se refiere sólo al conocimiento, a la actividad que lo produce –como afirma Ruy–, o a la comunidad que lleva a cabo tal actividad, junto con la infraestructura que hace esto posible.)
Pero es imposible soslayar la espinosa cuestión de la diferencia entre ciencias “naturales” y “sociales”. Que si unas presumen de mayor rigor y “objetividad”; que si las otras padecen de una diversidad de paradigmas (o “marcos conceptuales”) que coexisten sin que quede claro cuál es más correcto… lo único que puede decirse con claridad es que tanto unas como otras son materia de estudio válida, y que, en todo caso, se trata de dos tipos de “ciencia” muy distintos entre sí.
Y que, en su gran mayoría, los divulgadores científicos nos referimos a las naturales cuando usamos, descuidadamente, el término “ciencia”. (Incluso, la cuestión de qué es y cuáles son los problemas específicos que enfrenta la divulgación de las ciencias sociales, comparada con la amplia reflexión que ha habido sobre la divulgación de las naturales, es algo que no se ha discutido suficiente.)
Dejando de lado esa cuestión, es vital distinguir cuándo estamos hablando de ciencia legítima y cuándo se trata de falsas “ciencias” que son en realidad supercherías o supersticiones que tratan de hacerse pasar por tales: seudociencias. Creacionismo “científico”, astrología, homeopatía, acupuntura, “ufología” (u ovniología) y demás engaños son ejemplos de temas que, con demasiada frecuencia, llegan a las páginas de ciencia de diarios, revistas y programas de radio y TV.
Finalmente, y quizá lo más complejo: aun si se habla de ciencia
legítima, ¿cuándo se puede decir que un medio realmente está divulgando
ciencia, y no sólo mencionándola de forma superficial o hueca? Al igual
que sucede con otros temas, es frecuente que las notas se limiten a
mencionar los hechos (ocurrió un crimen, se descubrió un nuevo
tratamiento para una enfermedad, o una nueva partícula fundamental) sin
ahondar en una explicación más profunda de qué ocurrió (qué es el
bosón de Higgs, por ejemplo), cómo ocurrió (qué técnicas se usaron para
descubrirlo: cómo lo “vimos”), por qué es importante, qué motiva su
búsqueda, cuáles son sus implicaciones científicas, técnicas, sociales,
éticas, filosóficas…
En este punto hay mucho desacuerdo entre los divulgadores: hay quien opina que sólo las explicaciones amplias, detalladas, y profundas cuentan como “ciencia”, y otros que pensamos que según el sapo es la pedrada, y que a veces basta con dar un atisbo de algo maravilloso para, como dice Carl Sagan, “encender la llama del asombro” que invite a indagar con más profundidad sobre el tema.
De cualquier modo, nuestra labor obedece siempre a un derecho fundamental de los ciudadanos: el de tener acceso a la cultura científica.
En este punto hay mucho desacuerdo entre los divulgadores: hay quien opina que sólo las explicaciones amplias, detalladas, y profundas cuentan como “ciencia”, y otros que pensamos que según el sapo es la pedrada, y que a veces basta con dar un atisbo de algo maravilloso para, como dice Carl Sagan, “encender la llama del asombro” que invite a indagar con más profundidad sobre el tema.
De cualquier modo, nuestra labor obedece siempre a un derecho fundamental de los ciudadanos: el de tener acceso a la cultura científica.
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