Algo más de 16 de cada 100 habitantes del mundo, exactamente 16,3, no
se identifican con ninguna de las religiones existentes. Son el tercer
grupo de población en el
paisaje religioso global que ha diseñado el think tank estadounidense Pew Center.
Se trata de un mapamundi con el tamaño y la distribución de decenas de
confesiones que van desde el cristianismo o el islam —las dos
principales, en ese orden— hasta los zoroástricos (o parsis), los
jainistas y los seguidores de Tenrikyo, la secta más influyente de
Japón, pasando por yazidíes, rastafaris o cienciólogos: en el informe
Pew hay sitio para todos.
Los 1.100 millones de descreídos que hay en el mundo, casi tantos
como católicos, no son necesariamente ateos, subraya el estudio, sino
simplemente individuos que pueden albergar sentimientos espirituales o
de trascendencia pero no se identifican con ninguno de los sistemas
existentes. “Los límites entre creyentes, personas que se adhieren a los
dogmas, los aceptan, y religiosos, gente con sentimientos espirituales o
una cierta dimensión de profundidad, son difusos”, señala el teólogo y
filósofo Manuel Fraijó, que imparte Historia de las Religiones en la
UNED. Abunda en la idea Juan José Tamayo, teólogo y profesor de la
Universidad Carlos III de Madrid: “Se trata de una desafección
institucional; no supone una renuncia a las creencias, la experiencia
religiosa personal o las opciones éticas. Ese 16% de desafectos
institucionales pueden experimentar sentido de la trascendencia,
espiritualidad, actitudes religiosas y valores éticos de manera
espontánea y gratuita, es decir, al margen de las instituciones, que son
el fracaso de la religión porque dogmatizan mensajes éticos y los
mercantilizan”.
El estudio del
Pew Forum on Religion & Public Life,
que refleja el estado de la cuestión en 2010 y se basa en el análisis
de más de 2.500 censos, investigaciones y registros de población, arroja
los siguientes datos: los cristianos son mayoría en el mundo, el 31,5%
de la población (2.200 millones, la mitad de ellos católicos), seguidos
de cerca por los musulmanes (23,2%, 1.600 millones). Tras lo que el
informe denomina “no afiliados” aparecen los siguientes grupos: hindúes
(15% de la población mundial, o 1.000 millones); budistas (7,1%, 500
millones); seguidores de religiones populares (africanas o de tribus
chinas, indios americanos y aborígenes australianos), el 5,9%, o 400
millones; otras religiones (taoísmo, sintoísmo, parsis, sijs, bahai’s,
jainistas, seguidores de Tenrikyo, etcétera), el 0,8% (58 millones), y,
finalmente, judíos, que solo suponen el 0,2% de la población mundial (14
millones, repartidos casi a partes iguales entre EE UU y Oriente Medio,
es decir, Israel).
La edad media entre los que profesan el islam es de 23 años
Aunque el informe Pew no precisa si los “no adscritos” son
desencantados de alguna fe o si esta es su primera opción, Fraijó
aventura la procedencia de parte de ellos: “Del islam no se sale nadie,
porque es una forma de vida; salirse implica abandonar la sociedad. Pero
del cristianismo sí se van muchos, hay una secularización muy fuerte.
La religión donde más movimiento hay en Europa es el cristianismo”. Un
ejemplo: del 18% de españoles sin adscripción religiosa, según un
estudio de 2008 de la Fundación Bertelsmann, “el 87% de ellos habían
tenido una educación católica”, subraya Fraijó. “Independientemente de
lo que diga el informe, yo creo que el mayor grado de desafección se
produce en Occidente y, más concretamente, en el catolicismo, una
religión con una estructura jerárquica patriarcal inamovible”, coincide
Tamayo.
Sin embargo, la distribución geográfica del grupo de no religiosos
—son mayoría en China, República Checa, Estonia, Hong Kong, Japón y
Corea del Norte, países en apariencia inconexos y ajenos a la tradición
cristiana— no parece corroborar la desviación de la que hablan ambos
expertos. “En China ha habido un abandono masivo del confucionismo, que
es visto como la religión de los funcionarios, los políticos y las
ciudades, más que del taoísmo, la religión del campo”, explica Fraijó,
en alusión a la vertiginosa transformación socioeconómica del gigante
asiático en los últimos lustros. “Japón, por su parte, es muy
refractario a las conversiones: pese a la importante presencia de los
jesuitas en el país desde hace siglos, solo un 1% de la población se ha
convertido al cristianismo”, puntualiza.
Del mapamundi de Pew puede inferirse que la región de Asia-Pacífico
es la reserva espiritual del planeta: varios grupos tienen allí una
poderosa presencia, incluida la aplastante mayoría de hindúes y
budistas, con una población cercana al 90% del total. Paradójicamente,
tres cuartas partes de los “no afiliados” (76%) también se concentran en
esa región, y solo en China son 700 millones (dos veces la población de
EE UU).
Aunque la cristiana es la comunidad más dispersa geográficamente
—está presente en todos los continentes—, el estudio de Pew señala que
tres cuartas partes de la población mundial —el 73%— viven en países
donde su confesión es mayoritaria, en especial hindúes y cristianos;
estos últimos se concentran además en los 157 Estados donde son mayoría.
Un nada desdeñable 27% de los seres humanos pertenecen a minorías
religiosas en los países donde viven,
como los cristianos de Oriente Medio o los musulmanes en Europa, lo que a menudo es fuente de fricciones sectarias-políticas con la comunidad dominante,
como demuestra el caso de Egipto o Siria.
Por tramos de edad, la religión con mayor número de seguidores
jóvenes es el islam (23 años de media), frente a los judíos, que con 36
años son los mayores de los ocho grandes grupos estudiados. El informe
no precisa la edad media del creyente católico, solo la del cristiano:
30 años, un promedio que
la pujanza de las confesiones evangélicas en América Latina, África y, en menor medida, en el Este de Europa rebaja al catolicismo tradicional en el Viejo Continente.
“Las religiones ganan por goleada a Dios”
“Hay unas 10.000 religiones en el mundo. Podríamos decir que las
religiones están ganando por goleada a Dios”, explica gráficamente
Manuel Fraijó, catedrático de Filosofía Moral y Política de la UNED. La
frase tal vez ayude a explicar por qué en el estudio de Pew figuran,
junto a confesiones milenarias como el sintoísmo o el sijismo, o
la amenazada comunidad parsi
—cuyos ritos funerarios corren peligro por la contaminación y la
disminución del número de buitres—, creencias tan curiosas y bisoñas
como la wicca, una religión neopagana fundada en la primera mitad del
siglo XX y que muchos relacionan con la brujería, o la
discutida Cienciología.
O infinidad de religiones tradicionales y paganas (animistas,
totémicas, etcétera), que conforman nada menos que el 6% mundial (las
profesan 400 millones de personas). EL PAÍS contactó por correo
electrónico con Pew para preguntar la inclusión de creencias como la
wicca o los rastafaris, pero no recibió respuesta.
“En muchas zonas, las religiones se identifican con los sistemas
filosóficos tradicionales que permean la civilización correspondiente;
de ese sustrato tan enraizado también es difícil salirse. Pero el
abandono de la religión ha perdido dramatismo. Se pasa de la creencia a
la increencia sin traumas, ya no hay una guerra fría entre teísmo y
ateísmo”, explica Fraijó. Decía Hegel que lo importante no es ser
creyente o no serlo, sino tener lucidez al respecto, pero si la claridad
del razonamiento lleva a querer romper oficialmente el vínculo con la
comunidad, el deseo se convierte a veces en pesadilla:
la apostasía es una tarea ardua en España. Sin embargo,
más de 100.000 católicos apostataron en Austria y Alemania en 2010 tras los escándalos de los abusos a menores por representantes de la Iglesia.
La diferencia generacional tiene su traslación en las creencias.
Mientras los no creyentes tienen una edad media de 32 años en el mundo,
entre los españoles, los jóvenes en torno a 20 años casi triplican a los
mayores de 60: un 24% frente al 9%, según el estudio Bertelsmann. “En
el grupo de no adscritos crece proporcionalmente el porcentaje de gente
joven”, subraya Fraijó.